viernes, 6 de julio de 2018

Al principio fue ATI



(De izquiera a derecha): 1) Elías Bacallado, Manuel Hermoso y José Miguel Galván Bello, en la presentación del primer manifiesto político de ATI y su gestora (1984).
 | DA / J.R.C/ J.G.C
 
Interesante artículo que refleja una buena parte de nuestra historia presente y que fue publicada por Juan Jesús Gutiérrez en el periódico DIARIO DE AVISOS el 10 de junio de 2012 y que el Blog Historias Canarias recupera a sus lectores.

Cuenta Iriarte que una rana cayó en un tazón de leche y desesperada por salir, sin lograrlo, movía y movía sus ancas hasta el agotamiento, observada por una mosca desde el borde del tazón. La mosca se burlaba de la rana, convencida de que el final de ésta llegaría pronto, y la animaba a rendirse: “No te esfuerces, no podrás salir nunca del tazón”, le decía. Pero la rana se negaba a rendirse y seguía moviendo desesperadamente sus ancas. Tanto batió y batió la leche la rana, que acabó por convertirla en mantequilla. Luego se subió en la mantequilla, dio un salto, se zampó la mosca y se fue tranquilamente -aunque algo cansada, eso sí- a tomarse unas copas con los colegas. De esta fábula de la rana existen además versiones infantiles que cuentan que la rana y la mosca se hicieron grandes amigas. Pero se trata de versiones poco creíbles: la fraternidad universal no ha convertido nunca la leche en mantequilla. Hace ya casi treinta años, un político de la UCD tinerfeña, llamado Manuel Hermoso, se cayó dentro de un tazón de leche, y en vez de ponerse a batirla para hacerla mantequilla, se dedicó a convencer a media isla de Tenerife de que lo mejor del mundo es practicar con placer el baño de Popea.

Al principio, las moscas de los alrededores, socialistas todas ellas, se partían de risa con su plática, pero no entendían por dónde iba la cosa. Hermoso, hábil conversador y dotado de un particular sentido para entender las frustraciones ajenas y usarlas en propio provecho, logró subyugar con su cantinela a tantos, que al final había más gente dentro del tazón de leche que fuera. Las moscas revoloteaban sorprendidas por los alrededores, sin acercarse demasiado, no fuera a ser que entre tanto batracio, alguno tuviera la lengua más larga de la cuenta y pudiera alcanzar con ella el borde del tazón.

Así estuvieron algún tiempo Hermoso y los suyos, a remojo en el tazón, y con las racionalistas moscas alucinando con el espectáculo, sin lograr entender por qué una sociedad entera estaba optando por aislarse. Finalmente, Hermoso se enteró de que fuera del tazón, al lado mismo, sobre la mesa de la cocina, había un gran trozo de bizcochón que había perdido a su dueño, y decidió juiciosamente que si la leche está bien, la leche con bizcocho puede estar infinitamente mejor. Pero no podía salir del tazón después de haber convencido a tantos de que lo bueno está dentro… ahora tendría que inventarse otra cosa. El nacionalismo, por ejemplo.

Aplausos a Galván Bello en el segundo congreso de ATI (Hotel Mencey, 1986).
 | DA / J.R.C. / J.G.C.


Del despojo al nacionalismo vergonzante de la Fraic

El componente fundamental del primitivo discurso político de Hermoso -cuando este discurso se proyectaba exclusivamente en su isla- era el enfoque de reconquista por y para los tinerfeños de un protagonismo político en la toma de decisiones, que los Gobiernos socialistas de la primera legislatura autonómica -y especialmente el del pacto de progreso- habrían hurtado descaradamente en beneficio de una pretendida hegemonía grancanaria en la dirección de las políticas regionales.

 Los herreños Juan y Tomás Padrón en el Parlamento de Canarias, con Manuel Hermoso (1993).
 | D.A. / J.R.C./ J.G.C.

Se trataba de un argumento mucho más inteligente de lo que su maniqueísmo podía hacer pensar: durante los últimos dos años del Gobierno socialista del pacto de progreso (1986-87), mientras la prensa tinerfeña reclamaba atención a los intereses de la Isla, recitando el catálogo completo de los agravios y despojos, en la conciencia profunda de una sociedad políticamente moderada como la de Tenerife, incapaz de comprender el acuerdo de Saavedra con la izquierda comunista, se iban conformando los ingredientes para las resurrección del viejo pleito insular.

La habilidad de Hermoso fue la de comprender y utilizar en su particular beneficio el alcance y la potencialidad de ese sentimiento de humillación y abandono que algunos de los gestos más torpes del Gobierno de Saavedra contribuyeron a alimentar en el electorado de la Isla.

Pero los primeros tiempos, antes de las elecciones del 87, resultaron difíciles para Hermoso y su grupo de seguidores. El PSOE gobernaba Canarias desde una virtual hegemonía parlamentaria, en alianza con la izquierda y los insularistas majoreros, y lo hacía en la errónea certeza de que seguiría gobernando por muchos años. Saavedra, convencido de la validez de su proyecto de construcción política regional, seguro de su fuerza y afirmado en la pervivencia de su papel protagonista, había minusvalorado el fenómeno insularista, al que consideraba como último fruto de un pleito insular condenado a desaparecer en los meandros del futuro. La académica seguridad de Saavedra le hacían negarle al insularismo cualquier viavilidad política, calificándolo de proyecto aldeano. No le faltaban a Saavedra, es cierto, motivos para pensar y actuar así.

Elfidio Alonso, en una de las multitudinarias sardinadas y chuletadas de ATI.
 / DA, J.R. C/ J.G.C.

Surgida la ATI como una reacción de un grupo de alcaldes centristas de Tenerife tras la derrota de UCD en las elecciones generales del 82, la fuerza y el prestigio del movimiento se limitaban a lo que podía aportar el carisma de Manuel Hermoso y su excelente gestión en el municipio de la capital tinerfeña durante los primeros cuatro años de democracia municipal. Lo que había comenzado siendo un ilusionante proyecto de alcaldes integrado por Elías Bacallado -alcalde de El Rosario-, Froilán Hernández -Granadilla-, Alfonso Fernández -La Victoria- y Francisco Sánchez -La Orotava-, con alguna aportación más, acabaría por adoptar el insularismo de la afrenta y el despojo como norma de actuación política.

El mensaje, sembrado en el terreno abonado de la tradicional rivalidad interprovincial, daría magníficos resultados. Pero Hermoso y sus hombres acabaron por darse cuenta de que lo que servía para generar apoyos en Tenerife podía convertirse, al mismo tiempo, en el candado que encerrara las aspiraciones tinerfeñas en el perímetro de la propia isla. Para evitar que eso ocurriera, con todas las previsiones y cuidados del mundo, a principios de 1985, los insularistas tinerfeños iniciaron los contactos con los insularistas herreños y gomeros que -menos condicionados que los áticos- habían apostado por presentarse en las elecciones regionales del 83 al Parlamento de Canarias y habían logrado, además, obtener una discreta representación de tres diputados.

De esas primeras negociaciones con el más tarde mítico Tomás Padrón, y también con Lito Plasencia, presidentes de los cabildos del Hierro y La Gomera, respectivamente, surgió la idea de extender el proyecto insularista a toda la región.

Martín, Manuel Hermoso, Paulino Rivero y Victoriano Ríos (último a la derecha.). | DA


Canarias, en el centro

En Canarias, la quiebra del centrismo en las Elecciones del cambio -28 de octubre de 1982- no había sido tan absoluta como lo fue en el resto de España. Las dos provincias mantuvieron representantes de UCD en el Congreso y en el Senado, y cuando llegaron las elecciones locales del 83, un numeroso grupo de alcaldes optó por no integrarse ni en el PSOE ni en Alianza Popular, apostando por una difícil independencia centrista.

Tras las elecciones municipales de 1983, el mapa político de Canarias se había convertido en una disparatada y singular sopa de letras. En Gran Canaria, un total de diez municipios quedaron bajo control de formaciones de carácter independiente, de las que únicamente dos se reclamaban izquierdistas o de influencia socialista. Además, el Partido del País Canario, un invento centrista contemporáneo a UCD, logró obtener la alcaldía de Tejeda. En Lanzarote, la Agrupación Insularista (entonces denominada AIL), consiguió las alcaldías de Tinajo y Yaiza, y un grupo municipal independiente se hizo con la de Teguise. En Fuerteventura, los independientes de IF lograron la alcaldía de Betancuria. En Tenerife, ATI ganó seis alcaldías: Adeje, Granadilla, La Orotava, El Sauzal, La Victoria y también Santa Cruz de Tenerife, capital y feudo de los insularistas. Grupos independientes, ajenos a UCD, se presentaron en La Palma y lograron las alcaldías de Breña Baja, Fuencaliente, Los Llanos de Aridane, el Paso y San Andrés y Sauces.

Pocos meses más tarde, esos mismos grupos constituirían la Agrupación Palmera Independiente, que acabaría convergiendo con ATI. En La Gomera, los seguidores del presidente del Cabildo, Lito Plasencia, lograron hacerse con el control de tres de los seis ayuntamientos de la Isla, ganaron nuevamente el Cabildo y colocaron dos diputados en el Parlamento regional, sin contar siquiera con algo que pudiera identificarse como un auténtico partido. En El Hierro, y de forma inesperada, Tomás Padrón resultó elegido presidente del Cabildo, mientras su colega Juan Padrón lograba la Alcaldía de Frontera y un acta como diputado regional.

En total, las fuerzas políticas de corte centrista, entre las que ya se podía contar el recién nacido CDS de Adolfo Suárez, habían logrado conquistar las alcaldías de 33 de los 87 municipios de Canarias. Sólo 28 alcaldías consiguió obtener el PSOE, y eso habiendo obtenido los mejores resultados electorales de toda su historia, con un 42 por ciento de los votos emitidos en Canarias, y 27 de los sesenta diputados del Parlamento regional.

 Francisco Ucelay, Adán Martín e Isidoro Sánchez (1991). | DA

Ese singular y atípico reparto del poder municipal en Canarias, además de demostrar el enorme peso específico del centrismo en la sociedad isleña, y la vinculación y fidelidad del electorado a sus políticos locales, debería haber producido una evolución de los acontecimientos en el archipiélago tendente a la confluencia de la mayoría de esas formaciones municipales en una única fuerza política, por un lado, y, por otro, a la moderación centrista de las políticas del PSOE. A fin de cuentas, lo ocurrido en las elecciones suponía una lección sobre la pervivencia de una sociología electoral de centro en Canarias, que alguien debía recoger.

No quiso hacerlo el presidente Saavedra, que tras la espantada del CDS en el debate parlamentario sobre la integración en la Unión Europea (entonces todavía denominada Comunidad Europea), decidió gobernar en coalición con la izquierda comunista y Asamblea Majorera, en aquel momento muy radicalizada al extremo del arco político -, perdiendo así la mejor de sus oportunidades para pasar a la historia como el presidente de todos. Pero tampoco supo hacerlo en aquél momento el partido destinado a dirigir y liderar la vertebración política de las fuerzas municipales del archipiélago: no supo hacerlo ATI.

Hermoso, inspirador último del proyecto federativo de los independientes, intentó lo que se denominó entonces el experimento de Betancuria, fundando una federación de partidos insularistas en la que Ildefonso (Fonfín) Chacón habría de tener un papel determinante.

Con la constitución de la Federación Regional de Agrupaciones Independientes (Fraic), Hermoso tuvo en sus manos la posibilidad de convertirse en líder regional de los grupos políticos centristas, y lo habría logrado si hubiera sido capaz de renunciar a sus miedos y temores a entrar en Gran Canaria de la mano de los alcaldes independientes. Pero Hermoso y su partido estaban ya enfrascados en la preparación de las Elecciones Generales de 1986 y en su segundo Congreso, en el que José Miguel Galván Bello fue elegido presidente de honor, encabezando una plancha en la que Hermoso mantenía la Presidencia y José Luis Ravina la Secretaría General. Ravina jugó un papel determinante en el retraso de la vertebración del nacionalismo canario. Su visión santacrucera de la política regional y sus contactos con Rafael Pedrero, un joven arquitecto grancanario, le llevaron a creer que la penetración de las Agrupaciones Independientes en Gran Canaria debía hacerse desde Las Palmas, precisamente el único municipio canario donde la entrada de Hermoso y sus ideas resultaba inconcebible. Por lo menos sin contar previamente con apoyos sólidos entre el empresariado local o desde el interior de la isla, que habrían contribuido a neutralizar el perfume tinerfeño de la Fraic.
 
 Consejeros de ATI en el Cabildo de Tenerife: Ricardo Tavío, Ricardo Melchior, Manuel Martín Luis, Miguel Ángel Barbuzano y Paulino Rivero. | DA

Una oportunidad perdida

Hermoso erró completamente su pronóstico en la elección de interlocutores en Gran Canaria y al hacerlo perdió la oportunidad de equilibrar la Fraic y extenderla a todas las islas. En vez de forzar la unidad en torno a la Federación de todas las siglas y fuerzas dispersas del centrismo municipal grancanario, la ATI optó por incluir en la federación a un ridículo partidete de salón -Aigranc- que logró sobrevivir hasta el harakiri universitario, gracias al protagonismo que sus socios de la Fraic quisieron darle.

Ese error, posiblemente el más importante de los cometidos por Manuel Hermoso es la proyección inicial de su proyecto político, continuó pagándose hasta que Hermoso -muchos años después, en 1993- se asoció con Olarte y Mauricio en Coalición Canaria para desplazar a Saavedra de la Presidencia del Gobierno de Canarias y presentarse a las Elecciones Generales bajo una sigla común. Hasta ese momento, el desconocimiento por parte de Hermoso de las realidades de la sociedad grancanaria, convertirían su intento de aterrizar en la isla redonda en un terrible patinazo electoral: las AIC, bajo el nombre de Aigranc, apenas lograron un par de concejales por elección directa en toda Gran Canaria. Pero la elección de Aigranc como soporte grancanario del incipiente proyecto nacionalista, no fue la única gran equivocación de la Fraic. El estatuto fundacional de la Federación, posiblemente elaborado por algún alcalde desconocedor de los mecanismos organizativos de un partido, encerraba en sí mismo todos los elementos para impedir un liderazgo regional sólido -que habría correspondido sin duda a Hermoso- y para impedir que la primitiva Federación de Agrupaciones acabara convirtiéndose en un único partido dotado de proyección regional, unidad estratégica y cohesión política. Careciendo de tales componentes, la Fraic y los partidos que la integraban, cargaron las tintas en el insularismo como ideología y en un nacionalismo escasa y malamente definido, renunciando a convertirse en una fuerza centrista desideologizada y moderna, típicamente gestora, moldeada y estructurada en torno a un amplio poder municipal sustentador del proyecto. La imposibilidad de una distribución equilibrada de ese poder en las siete islas del Archipiélago, convertía el primitivo nacionalismo ideológico de la Fraic en una tibia excusa, sin soporte político alguno, dramáticamente mantenida contra viento y manera por Victoriano Ríos, único de los dirigentes áticos que continuó pronunciando el discurso del nacionalismo futuro desde todos los púlpitos donde le dejaron hablar.

Las legislativas del año 86 demostraron que la Fraic, rebautizada gracias a los buenos oficios de los asesores de imagen de la consultora Muniesa & Asociados como AIC, no era en su formulación de entonces un proyecto de recibo: ATI logró su objetivo de colocar a Hermoso en la Carrera de San Jerónimo, pero hasta eso se convirtió en una distorsión del proyecto equilibrado que era el leit motiv de la existencia de la propia federación.

Los errores cometidos en la proyección pública de la oferta insularista tinerfeña, desatada a los excesos del despojo y la afrenta, acabaron por limitar el crecimiento por el centro de los partidos de la Fraic, precipitando en una fuerza de carácter nacional -el CDS- los votos esperados en las elecciones generales. La Fraic logró alcanzar apenas un mísero diputado. El CDS, sin ningún poder municipal, pero con la ayuda de un entonces reemergente Adolfo Suárez, alcanzó con tres diputados lo que las elecciones regionales de 1987 confirmarían como su techo electoral… Algo no había funcionado: los votos en las elecciones legislativas que la Fraic esperaba fueron a otras arcas, las administradas por Lorenzo Olarte en Gran Canaria y por Fernando Fernández en Tenerife, y el desánimo cundió en las filas insularistas.

Pero había un error de apreciación, que los insularistas no comprendieron hasta un año después: las Elecciones Generales no son lo mismo que las regionales y locales. En el 87, por mucho que Adolfo Suárez paseara su cautivadora sonrisa de perdedor por las Islas, los votos iban a avalar gestiones municipales concretas, nombres de vecinos con los que uno se toma el café y la copa en la barra de un bar de pueblo.

Hermoso y sus gentes no creyeron en la victoria hasta contar la noche del 10 de junio del 87 sus votos. La gran ilusión de Hermoso -ser presidente del Cabildo tinerfeño- se vio truncada por su falta de confianza en una victoria que ninguna encuesta, ni las que el concejal santacrucero Luis Suárez Trenor amañó olímpicamente para ATI, les daba tan abultada. Hermoso, que había sido aclamado un año antes como candidato al Cabildo de Tenerife en el segundo congreso de su partido, vio como su amigo Adán Martín, que había aceptado la candidatura a la Presidencia del Cabildo dispuesto estoicamente al sacrificio, se convertía ante sus ojos en la máxima autoridad tinerfeña, mientras él mismo entraba en la historia como el alcalde porcentualmente más votado en una capital de provincia de la moderna democracia española. Y había más: el sabandeño Elfidio Alonso derrotó a un atónito socialista Pedro González. ATI consiguió nada menos que trece alcaldías, y no logró otras dos por las trampas y manejos de un CDS dispuesto a enseñar los dientes tras su derrota en Tenerife. Y aún más: siete diputados en Tenerife, dos en La Palma, uno en Fuerteventura, otro en Lanzarote, y dos diputados presuntamente aliados en el Hierro. Sólo en La Gomera, sin que se produjeran sorpresas, la radicalización de Lito Plasencia tras el incendio que a punto estuvo de costarle la vida, llevó a AGI al desastre más absoluto. En Gran Canaria, también sin sorpresas, Aigranc no se comió ni una miserable rosca.
 Ricardo Melchior. | DA

La hora de Tenerife

Los resultados logrados por ATI y por las AIC en Canarias en las elecciones locales y regionales de 1987 fueron mucho más de lo previsto, y desde luego, mucho más de lo esperado por los propios insularistas. Pero el viento sembrado por ATI en las islas hizo volar algo más que papeletas a las urnas. El discurso del pleito, que tan buenos resultados electorales dio a los insularistas, se convirtió inmediatamente después de las elecciones en el primer hándicap para el desarrollo proyecto de Hermoso.

Manuel Hermoso, elegido alcalde de Santa Cruz de Tenerife en la lista de capital de provincia más votada de toda España, se convirtió también en el candidato más votado directamente en su circunscripción en Canarias, y en el segundo -después de Saavedra- más votado en todo el Archipiélago. Estaba pues en su derecho -tras la soberbia retirada de Saavedra, que renunció precipitadamente a dar la batalla por seguir en la Presidencia- a intentar acceder a la jefatura del Gobierno regional. Con los votos en la mano, como segunda fuerza política del archipiélago, ATI podía lograr algo en lo que ni tan siquiera habían pensado sus dirigentes seriamente… ¿Podía? En realidad, no.

ATI primero, la Fraic después, y por último las AIC… en su búsqueda de votos fáciles al calor del pleito, todos se habían olvidado de Gran Canaria.

Es cierto que al principio, la pata grancanaria de la Federación no resultaba imprescindible. Ni siquiera necesaria. La existencia de un pequeño socio en Gran Canaria -el partidete Aigranc- resultó incluso un estorbo para los tinerfeños, cuando estos se vieron obligados a reducir los contenidos insularistas del discurso electoral, para no herir la sensibilidad de sus aliados canariones.

Pero ahora, con el poder de los votos en la mano, el contrapoder de la opinión pública grancanaria acabaría por hacer el milagro de convertir en presidente regional a Fernando Fernández, al candidato menos votado de los cuatro grandes partidos regionales. Hasta Paulino Montesdeoca, reconvertido después al nacionalismo vergonzante, pero en aquel entonces ficticio candidato de AP a la Presidencia del Gobierno regional, obtuvo en el 87 más votos directos que Fernando Fernández. Y a pesar de eso, el palmero Fernández resultó elegido presidente gracias a las maniobras de Lorenzo Olarte: Hermoso no podía ser presidente de ninguna manera, porque se había invalidado a sí mismo al hacer carrera política publicitándose como enemigo de la mitad de la región.

ATI tuvo que conformarse con participar en un Gobierno regional en el que tanto la Presidencia como la Vicepresidencia quedaron -asombrosamente- en manos del cuarto partido de Canarias, el CDS. Pero es que -con AP instalada en la derecha pura y dura y las AIC vivaqueando en el insularismo- el CDS era el único grupo centrista con un discurso netamente regional. Era -por exclusión- el único partido con capacidad de colocar a sus dirigentes en los cargos más representativos del Gobierno. ATI sólo obtuvo en el Pacto de centro-derecha entre AP las AIC y el CDS la Consejería de Hacienda, además de la de Educación. Fonfín Chacón consiguió Obras Públicas para Fuerteventura, y Antonio Castro se instaló en Agricultura. Con la participación de dirigentes insularistas en el Gobierno de Canarias se iniciaba la verdadera renovación del proyecto político insularista y la conversión nacionalista de ATI.

Fue el rechazo grancanario a Hermoso lo que provocó la primera reflexión de fondo en los cuarteles del poder tinerfeño: Victoriano Ríos, uno de los escasos dirigentes de ATI realmente preocupados por encontrar una definición ideológica para su partido, después de obtener la presidencia del Parlamento y dotarse a sí mismo de la inmunidad política suficiente, forzó la máquina nacionalista, tímidamente puesta en marcha por alguno de sus compañeros durante la campaña electoral, y apretó el acelerador de un nuevo proyecto ideológico, con la intención de hacerlo asumible a toda la región en el plazo de dos legislasturas.

Los hechos vendrían a darle la razón: después de la arrolladora victoria de Hermoso y sus hombres en las elecciones locales y regionales del 87, y tras la incorporación de los independientes al Gobierno regional de Fernando Fernández, el discurso de ATI no podía ser ya el mismo. Después de la hora de Tenerife, que Hermoso se precipitó a saludar ante las cámaras de televisión la noche del triunfo electoral, había llegado otra hora: la de modificar el proyecto político de ATI profundizando esta vez en serio el camino iniciado -aunque sólo de manera formal- el 9 de noviembre de 1985, con la constitución de la Fraic y el anuncio -nunca cumplido- del abandono del insularismo como elemento definidor fundamental de la teoría y de la práctica de la recién nacida federación de partidos insularistas e independientes.

Ese camino hacia el moderno nacionalismo canario, por el que se decide empezar a circular a partir del tercer congreso de ATI, celebrado en Adeje en la primavera del año 1988, se iba a convertir en la ruta a transitar también por las agrupaciones independientes de todo el Archipiélago. El propio Hermoso explicó así el cambio de rumbo: “Ahora que estamos en el Gobierno, el muñeco es el centralismo de Madrid”. Antes el muñeco era Las Palmas. A Las Palmas había que dirigir todos los golpes, provocando la identificación del votante tinerfeño con la defensa de los intereses de la isla, vendiendo la idea de que los socialistas trabajaban exclusivamente para y por la otra provincia… El nacionalismo ático surgía, pues, como una acomodación a la necesidad de modificar un discurso que impedía la expansión de las AIC a Gran Canaria. Eso lo entendieron Hermoso y sus seguidores. Pero de ahí a dar el siguiente paso, mediaba un abismo.

Con la censura parlamentaria de Fernando Fernández, que el propio Fernández cometió la torpeza de servir en bandeja, Hermoso logró afianzar su liderazgo en Tenerife de manera indiscutible. Se inició entonces un proceso de reparto del territorio -en realidad el reparto político del centrismo regional- entre Manuel Hermoso y Lorenzo Olarte, que se prolongó hasta las elecciones municipales y regionales de 1999.

El primer hito de esa guerra por el control del nacionalismo en Canarias -guerra definitivamente perdida por Olarte- se produjo un par de meses antes de las elecciones regionales de 1991, cuando Hermoso intentó corregir los errores cometidos en el 87, aliándose en Gran Canaria con los alcaldes independientes. Pero había pasado el tiempo en el que hacerlo habría servido de algo.

Ya no eran los alcaldes, sino Olarte y su gente, los socios viables para el aterrizaje de las AIC en Gran Canaria. Hermoso no lo entendió así hasta que los resultados electorales le demostraron que había vuelto a estrellarse en Gran Canaria.

Después de ese fracaso, acompañado por el enorme éxito de un incremento general del apoyo a las AIC en el resto de la región, la guerra de posiciones para mantenerse en el poder, darían lugar al pacto de hormigón entre las AIC y el PSOE y a la traumática ruptura de relaciones entre Hermoso y un Olarte velozmente reconvertido al nacionalismo.

La hora de Canarias

Con la incorporación de Hermoso a la vicepresidencia del gobierno del pacto de hormigón, presidido por Saavedra, se produce un paréntesis en el desarrollo del proyecto político de ATI. Se trata de un paréntesis necesario para Hermoso, que -desde el Gobierno- tiene los medios y la capacidad para solucionar los contenciosos judiciales originados por el PSOE, y también para amartillar su liderazgo en AIC.

Sin embargo, ese paréntesis constituye también uno de los momentos más difíciles para el proyecto político del nacionalismo canario. No en vano, la vicepresidencia de Hermoso surge como consecuencia de un acuerdo con los socialistas -cerrado en una oficina de Francisco Ucelay apenas unas horas antes de la votación de Victoriano Ríos como presidente del Parlamento el 25 de julio de 1991- que traiciona el espíritu (y la letra) del pacto suscrito con el CDS para que Olarte siguiera en la Presidencia.

La ruptura de ese pacto, y la desconfianza surgida como consecuencia de esa brutal ruptura entre Hermoso y Olarte, no menguó ni un ápice en los años siguientes, ni siquiera cuando las AIC, censuran a Jerónimo Saavedra y hacer saltar en pedazos el pacto de hormigón, tras llegar a un nuevo acuerdo para la formación de Coalición Canaria con el propio Olarte –en ese momento líder de un Centro Canario Independiente, reconvertido al nacionalismo-, con Ican, con Asamblea Majorera y con el minúsculo Partido Nacionalista Canario. Ese acuerdo, de enorme alcance, convertiría a Hermoso en presidente del primer Gobierno de signo nacionalista del Archipiélago, y permitiría la presentación unitaria de todas las fuerzas nacionalistas y afines en las Islas para las Elecciones Legislativas de 1993.

Fue uno de los acuerdos más difíciles y complejos jamás cerrados en el Archipiélago: se trataba de meter en el mismo saco a enemigos irreconciliables como Hermoso y Olarte o como Olarte y Mauricio, y también de presentar como un proyecto homogéneo la suma de proyectos ideológicos tan diferentes como los de ATI e Ican. La operación cuajó porque el premio para ATI -la Presidencia del Gobierno- era enorme, y porque las condiciones políticas nacionales (unas elecciones en las que la bipolarización entre el PSOE y el PP sería imparable) obligaban a los partidos de obediencia canaria a ponerse de acuerdo para no desaparecer. Así lo entendieron tanto Olarte como Mauricio.

Pero para ATI fue muy difícil ponerles de acuerdo. En esa tarea jugó un papel determinante Julio Bonis, que acabó convirtiéndose en el portavoz de Coalición Canaria en Gran Canaria y en el hombre de referencia de ATI en la isla. Olarte encabezó la candidatura al Congreso de los Diputados, y tanto él como Mauricio lograron escaño. En Tenerife se colocaron Adán Martín, encabezando la candidatura, y Luis Mardones, además de Miguel Ángel Barbuzano, que logró un puesto como senador.

El inesperado éxito de Coalición Canaria en las Elecciones Legislativas, y la constitución de una minoría canaria de cuatro diputados en Las Cortes, dirigida por Lorenzo Olarte, supusieron un cambio de rumbo fundamental en la política canaria. Por primera vez en la historia del Archipiélago, una fuerza política canaria tenía representación diferenciada como grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados, y también por primera vez, un nacionalista presidía el Gobierno regional.

Ana Oramas, Martín Luis, José Emilio García Gómez, Hermoso, Tavío y Miguel Zerolo, como miembros de la gestora de ATI (1984). | DA


¿Un nacionalista?

Manuel Hermoso no era ni había sido nunca nacionalista ni nada parecido. Su trayectoria política desde UCD , donde se definió como “ socialdemócrata de praxis liberal” hasta el insularismo agresivo de la primera ATI no permitía colocarle siquiera el calificativo de regionalista. Pero Hermoso siempre estuvo dotado de un finísimo olfato político y de una enorme intuición para adaptarse a los tiempos. Desde la Presidencia del Gobierno, y con el apoyo de Ican y sus bases en Gran Canaria -a las que compensó colocando a José Mendoza en la vicepresidencia regional- Hermoso se lanzó a la conquista de Gran Canaria. El viejo lema “ha llegado la hora de Tenerife”, fue sustituido por una adaptación más comprensiva para el conjunto de la región “ha llegado la hora de Canarias”. Y con la hora de Canarias llegaron también las primeras contradicciones en el patio de casa. Hermoso gobernaba la región, ATI tenía un enorme peso en la política local e insular de Tenerife, y a través de las AIC en todo el Archipiélago, pero comenzaron las disensiones internas.

Lo que había sido tradicionalmente un club de alcaldes (ATI) se había convertido en la mayor maquinaria política del Archipiélago, y en el primer partido político de Tenerife. Desde Tenerife y para Tenerife, ATI controlaba el Gobierno. Eso provocó serios enfrentamientos con los socios de AIC. Primero con Independientes de Fuerteventura, a cuyo líder, Ildefonso Fonfín Chacón, Hermoso sacó de la Consejería de Obras Públicas para colocar en ella a su propio jefe de gabinete, un joven Rodolfo Núñez, que comenzaba a dar que hablar. También surgieron problemas en Lanzarote con Dimas Martín y con Honorio García Bravo, la mayoría por conflictos entre ellos. Y otros de menor calado con los independientes palmeros, que Antonio Castro supo siempre llevar a buen puerto. En Tenerife también comenzaron a escucharse voces díscolas con Hermoso, especialmente la del alcalde de Santa Cruz de Tenerife y antiguo concejal de urbanismo de Hermoso, José Emilio García Gómez, que acabó abandonando la alcaldía para ser sustituido por el consejero de Turismo del Gobierno de Canarias, Miguel Zerolo.

En mayo de 1995, Hermoso volvió a ganar las elecciones regionales, pero se vio obligado a pactar con el PP para mantenerse en el Gobierno. Olarte pasó a ocupar la Vicepresidencia del Gobierno, y Mauricio se convirtió en portavoz en el Congreso. Tras las elecciones, y después de pocas semanas de negociación, Coalición cerró en el Hotel Iberia de Las Palmas el acuerdo de Gobierno, que garantizaba la estabilidad del ejecutivo con un respaldo de 40 diputados, pero rompía las expectativas del PSOE de pactar con ATI buena parte de las corporaciones locales de Tenerife.

Aún así, ATI no perdió ninguno de sus feudos: mantuvo el Cabildo, donde Adán Martín consolidó un creciente liderazgo, a escasa distancia de la mayoría. También logro ATI pactar con el PP el ayuntamiento lagunero para Elfidio Alonso, y el del Puerto de la Cruz -tradicional enclave del PSOE- para Marcos Brito. Zerolo se convirtió en alcalde de Santa Cruz, pero la operación electoral gestada por Hermoso -candidatura conjunta a la presidencia del Gobierno y a la Alcaldía- provocó el rechazo de los chicharreros. La pérdida de votos de ATI en Santa Cruz, sumada al apoyo masivo a las candidaturas del PP en el área metropolitana, obligaría a Zerolo a sumar su mayoría relativa a los votos del PP para no perder la Casa de los Dragos. ATI logró hasta veinte alcaldías, la mejor implantación municipal de un partido político en Tenerife desde las primeras Elecciones Municipales.

Un año después, en las Generales de 1996, el PSOE perdió las elecciones ante el PP por 300.000 votos. A pesar de la creciente bipolarización de la política española, Coalición revalidó brillantemente los resultados electorales de 1993 y logró -gracias a una triquiñuela parlamentaria-mantener el Grupo Canario, desde el que José Carlos Mauricio inició un acercamiento a la dirección nacional del PP que daría magníficos resultados a los nacionalistas. Pero los éxitos no impidieron el deterioro de las relaciones entre Hermoso y Olarte. Cerca ya el final de la legislatura, y a pesar de algunos amagos para que ATI optara por tercera vez a la Presidencia, Hermoso comprendió que no podía continuar en ella, porque el principio de alternancia entre Gran Canaria y Tenerife hacían inviable esa posibilidad. Pero Olarte, que confiaba en ese principio para hacer valer el acuerdo suscrito entre él y Hermoso en una reunión en la sala de autoridades del Aeropuerto de Gando, había perdido todos los apoyos, incluyendo el de sus propios compañeros de partido. En las Navidades de 1998, la candidatura de Olarte a la Presidencia era ya un imposible: se intentó un acuerdo para que la asumiera Adán Martín, con Mauricio como vicepresidente.

Reaccionando ante esa posibilidad, Olarte anunció su renuncia y propuso en carta pública a Román Rodríguez, un joven político grancanario, muy próximo a Julio Bonis y bien visto por Hermoso.

Con esa solución de compromiso, sólo inicialmente rechazada por Mauricio, Coalición celebró su primer congreso, en el que se aclamó al secretario general de ATI -un joven y ambicioso maestro formado políticamente en la Alcaldía de El Sauzal y el Cabildo de Tenerife-, Paulino Rivero, como presidente de Coalición Canaria. Coalición Canaria era entonces la primera fuerza política del Archipiélago y contaba con grupo propio en el Congreso de los Diputados.

Al principio fue ATI publicado por Juan Jesús Gutiérrez el 10 de junio del 2012