La Batalla de Far Fán o la derrota castellana a manos de los canarios
El calor en Achinech era espantoso y agobiante. Ya se habían ido las lluvias del invierno y los caminos eran transitables pues el fango se había secado. Alonso Fernandez de Lugo viendo la climatología apropiada y sabiendo de la traición de los hermanos de Bencomo que lo habían dejado prácticamente solo, decide adentrarse en la isla, una isla plagada de una densa vegetación. Su intención era atacar en el mismo centro neuralgico, en el centro administrativo de la isla, el menceyato de La Orotava. Sabía que, si conseguía la victoria, los demás menceyatos se rendirían. Recordemos que Bencomo había convocado a tagoror, a todos los caudillos guanches de la Isla a una reunión en Orotava para tratar de detener al invasor pero que, sus órdenes, solo se habían puesto sus hermanos los menceyes de Tacoronte, Tegueste y Anaga , así como Zebenzui.
El ejercito del de Lugo, compuesto por 2.200 castellanos y 300 isleños traidores a la causa, según las crónicas, atravesaron a galope y a pié por el gran taoro de Aguere. Siguiendo el rumbo previsto pasaron por los menceyatos de Tegueste y Tacoronte con temor de ser atacados pero los españoles no sabían que los guanches de la zona habían sido avisados por emisarios de Bencomo; habían sido advertidos de que los dejasen avanzar y huían a esconderse abandonando a su suerte el ganado.
Bencomo tenía muy bien planeado el plan de ataque. Quería acorralarlos en el barranco de Farfán, en la zona conocida como Asentejo y para ello envia a su hermano Tinguaro a lo alto del barranco con 300 hombres con la misión de esperar y sólo atacar cuando vean a los españoles que se hayan adentrado en el mismo.
Al no encontrar ningún tipo de resistencia, el de Lugo avanzaba muy confiado por el norte de la isla. A medida que avanzaba, iba robando todo el ganado que encontraba a su paso.
29 de Mayo de 1494,
Alonso
Fernández de Lugo, con su ejército invasor, llegaba a la
desembocadura del barranco de FarFan, en la zona de Acentejo. Este
barranco era era paso obligado antes de acceder al Taoro (Valle) de
la Aorotava. Un lugar de monte, con muchos matorrales con frondosa y
verde vegetación y unas laderas muy empinadas pero también era el
lugar ideal para una emboscada. El de Lugo subestimó a nuestros
antepasados y siguió su avance muy despreocupado.
Los guanches los observaban desde lejos pero no los interceptaron en ningún momento así que los dejaron adentrar. El ejército invasor siguió avanzando en el barranco y para su sorpresa encontraron mucho ganado disperso. Ni remotamente les pasó por la cabeza fuera cosa planeada por nuestros antepasados. Habían dejado el ganado allí con la clara intención de que se distrajesen en el pillaje y robo. Así los soldados, imprudentemente, comenzaron a dispersarse de la formación intentando atrapar el ganado. Entre risas, balidos de cabras y ovejas y el desorden generado, los españoles empezaron a oír los silbos y aullidos que tanto temían.
Los castellanos se quedaron inmóviles de terror pues acababan de descubrir el engaño y la trampa en la que habían caído. Un escalofrío les recorrió todo su cuerpo pues descubrieron aterrorizados que habían caído en una estúpida encerrona. Estaban en medio del barranco y para escapar había que, o avazar a toda marcha o retroceder pero si eran atacados desde lo alto poca maniobra tendrían de huir.
Eran escalofriados los estridentes alaridos guanches que el eco del barranco multiplicaba por todo el Taoro. Segundos después comenzaría a caer una lluvia de rocas, troncos de árboles, dardos, banotes de tea y suntas sobre los indefensos castellanos. Estos intentaron huir pero de nada les sirvió pues con sus pesadas armaduras, cascos y armas poca posibilidad de salir vivos tenían y así uno a uno fueron cayendo heridos o muertos.
Los españoles habían caído como ratas en una ratonera en el fondo del áspero precipicio. No podían usar los caballos y no podían formar como escuadrón ordenado para defenderse. Comunidad Musulmana de Adeje "al-Ihsan" Aonso Fernández de Lugo Lugo veía como los guanches saltaban, casi volando, entre peña y peña; los veía aparecer en los riscos más peligrosos y desaparecer para volverlos a ver segundos despues en el otro extremo del barranco. Eran ágiles y conocían muy bien su terreno.
Todo era inútil y aunque Alonso invocaba al arcángel San Miguel y al apóstol Santiago para unificar sus fuerzas y sacarlos de allí, los guanches no dejaban títere con cabeza, tenían clara su consigna, había que exterminar al invasor.
El capitán Diego Núñez, al oír las invocaciones de Lugo le gritó diciéndole:“Aunque Dios sea omnipotente, me basto yo solo para salir airoso de esta vil canallada”.
Los cronistas cuentan que Diego Núñez murió en la batalla con la lengua partida entre los dientes.¡¡ RETIRADA, RETIRADA !! gritaban los españoles y, los que podían, intentaron salir despavoridos de la trampa en la que habían caído.
Los pocos que consiguieron salir de la boca del barranco se quedaron petrificados pues se toparon frente por frente con Bencomo quien, con tres mil hombres de refresco, los esperaba a la entrada de Farfán. A una señal, el Mencey ordenó la aniquilación total.
Viendo que ya todo estaba perdido, Alonso dió orden de abandonar todo lo robado y huir en desbandada hacia el Real de Añazo.
Fue una lucha completamente desigual, un ejercito preparado, con armamento y armaduras europeas contra capesinos y pastores. Fue auténtica carnicería, una lucha a sangre y fuego... a vida o muerte. Nuestros antepasados sabían que del resultado de esa batalla dependería su futuro como hombres libres o como esclavos. Los españoles luchaban por su vida y nuestros antepasados luchaban por la libertad de su sangre y su estirpe.
En lo alto, en un peñasco que sobresalía del barranco, Tinguaro lo observaba todo, pensativo. Bencomo al verlo se le acercó y le reprochó su actitud pasiva y, según cuentan las crónicas, éste le contestó:“El trabajo de dirigir el combate ya lo hice, ahora que mis hombres hagan el suyo”.
En mitad de la batalla Alonso se dió cuenta que un grupo de guanches bajaban a por él y que representaba un blanco fácil, por ello decidió cambiar su llamativa capa roja por la de un desgraciado soldado llamado Pedro Mayor y así poder huir cobardemente a todo galope pues las capas de los soldados eran azules. Pero en su huída, un tonicazo lanzado por un sigoñé (jefe de un un grupo de guerreros) le rompió la mandíbula saltandole varios dientes.
El dolor que le produjo fue tan grande que se desmayó cayendo del caballo. Cuando abrió los ojos se encontró con la pobre bestia muerta, levantó la vista y vió a Bencomo y muchos guanches rodeandolo. Comprendió que todo había acabado para él. A su lado se encontraba su sobrino Pedro Benítez de Lugo, apodado “El Tuerto” quien se encontraba malherido.
Recobrando fuerzas y sin resignarse a morir sin defender su vida, se puso en pié y desenvainó su espada para clavarsela al Mencey pero una repentina borrasca de agua, viento, truenos y granizo hizo que los supersticiosos isleños abandonasen momentáneamente la lucha.
En contra de este relato Núñez de la Peña escribiría que después de que Alonso de Lugo recobrase el conocimiento Bencomo dió órden de que no lo mataran.
Alonso, aprovechando la situación y ayudado por treinta traidores del menceyato de Goimar (Güimar), aprovechó la tormenta y se subió en uno de los muchos caballos perdidos tras la batalla y, sin detenerse, galopó hasta el taoro de Aguere en dirección al campamento base. En todo momento evitó atravesar Los Rodeos pues sabia que los guanches del Mencey Tacoronte hubiesen caído sobre él.
Otros treinta españoles huyeron por el cauce inferior de un barranco y se refugiaron en una cueva de la montaña, rechazando los ataques de los isleños. Al día siguiente Bencomo, les dio su palabra de que si abandonaban las armas, les dejaría volver a su campamento. Con esta promesa se entregaron con total tranquilidad pues sabian que los guanches eran hombres de palabra. Y efectivamente Bencomo, la cumplió, escoltándolos cien guanches al mando de un Sigoñé.
Se cuenta que al atravesar el campo de batalla se agregó, a la columna de prisioneros, el español Juan Benítez, que se había hecho el muerto y aunque un sigoñé se dio cuenta del truco permitió, con el consentimiento de Bencomo, que se uniera al grupo ya que a éste le pareció simpático el pretendido engaño del soldado.
En el campamento base de Aguere los escasos restos del ejército invasor, apenas unos doscientos según las fuentes escritas, recibirían nuevos ataques de los isleños ahora envalentonados por el éxito de la batalla y al mando del sigoñé Teineto habitante de Anaga.
La Batalla de Farfán ocurrió hace ya más de 500 años y duró tres horas, desde las dos hasta las cinco de la tarde, pero aún así todavía sigue en nuestra memoria el recuerdo de esta sangrienta lucha, en la que mas de 2.000 españoles a caballo y a pié, armados de ballestas, mosquetones y espadas se enfrentaron contra trescientos isleños desnudos que lucharon por su libertad sólo con piedras y palos.
Según crónicas de la época del ejército español compuesto por 1.800 hombres, 300 guanches de Achinech y 370 de Tamarán sólo sobrevivieron muy pocos, en su mayoría canarios.
El conocimiento del terreno y la destreza en esquivar golpes en que nuestros antepasados eran maestros, les ayudaron a su objetivo. Cuando la isla estuvo pacificada, los españoles bautizarían el lugar como la Matanza de Acentejo. Y es curioso este nombre porque hace referencia a la “matanza” que sufrieron las tropas españolas, pero no a la matanza de los propios canarios. Y también es curios que cuando los españoles ganaron en la posterior batalla, la llamasen “La Victoria”. En ningún país del mundo ocurre eso, donde los “mártires” son los invasores y los “malos” son los invadidos. Pero así se escribe la historia.
Este día pasó a los anales de la historia de Canarias, con letras bien grandes. Donde los guanches, simples campesinos y pastores, se alzaron con la victoria.
Lugo y su gente pudieron huir a Gran Canaria el día ocho de junio de aquel año, llevándose algunos guanches de Goimar con el mismo Mencey Añaterve, Mencey que había ayudado en el avance de las tropas, y que previamente habían sido engañados con la excusa de visitar uno de los barcos anclados en las playas de Añazo y en el que fueron trasladados a la isla vecina para posteriormente ser vendidos como esclavos.
Salvador Herrera escribió:
“Que no habían cometido otro delito sino el tremendo error de haber ayudado a los castellanos contra sus hermanos de raza".
Esta conducta de Lugo ya había sido puesta en práctica en Gran Canaria y en La Palma con otros colaboradores como fueron la princesa Gazmira, y en otras circunstancias el mismo Fernando Guanarteme.
Los castellanos se quedaron inmóviles de terror pues acababan de descubrir el engaño y la trampa en la que habían caído. Un escalofrío les recorrió todo su cuerpo pues descubrieron aterrorizados que habían caído en una estúpida encerrona. Estaban en medio del barranco y para escapar había que, o avazar a toda marcha o retroceder pero si eran atacados desde lo alto poca maniobra tendrían de huir.
Eran escalofriados los estridentes alaridos guanches que el eco del barranco multiplicaba por todo el Taoro. Segundos después comenzaría a caer una lluvia de rocas, troncos de árboles, dardos, banotes de tea y suntas sobre los indefensos castellanos. Estos intentaron huir pero de nada les sirvió pues con sus pesadas armaduras, cascos y armas poca posibilidad de salir vivos tenían y así uno a uno fueron cayendo heridos o muertos.
Los españoles habían caído como ratas en una ratonera en el fondo del áspero precipicio. No podían usar los caballos y no podían formar como escuadrón ordenado para defenderse. Comunidad Musulmana de Adeje "al-Ihsan" Aonso Fernández de Lugo Lugo veía como los guanches saltaban, casi volando, entre peña y peña; los veía aparecer en los riscos más peligrosos y desaparecer para volverlos a ver segundos despues en el otro extremo del barranco. Eran ágiles y conocían muy bien su terreno.
Todo era inútil y aunque Alonso invocaba al arcángel San Miguel y al apóstol Santiago para unificar sus fuerzas y sacarlos de allí, los guanches no dejaban títere con cabeza, tenían clara su consigna, había que exterminar al invasor.
El capitán Diego Núñez, al oír las invocaciones de Lugo le gritó diciéndole:“Aunque Dios sea omnipotente, me basto yo solo para salir airoso de esta vil canallada”.
Los cronistas cuentan que Diego Núñez murió en la batalla con la lengua partida entre los dientes.¡¡ RETIRADA, RETIRADA !! gritaban los españoles y, los que podían, intentaron salir despavoridos de la trampa en la que habían caído.
Los pocos que consiguieron salir de la boca del barranco se quedaron petrificados pues se toparon frente por frente con Bencomo quien, con tres mil hombres de refresco, los esperaba a la entrada de Farfán. A una señal, el Mencey ordenó la aniquilación total.
Viendo que ya todo estaba perdido, Alonso dió orden de abandonar todo lo robado y huir en desbandada hacia el Real de Añazo.
Fue una lucha completamente desigual, un ejercito preparado, con armamento y armaduras europeas contra capesinos y pastores. Fue auténtica carnicería, una lucha a sangre y fuego... a vida o muerte. Nuestros antepasados sabían que del resultado de esa batalla dependería su futuro como hombres libres o como esclavos. Los españoles luchaban por su vida y nuestros antepasados luchaban por la libertad de su sangre y su estirpe.
En lo alto, en un peñasco que sobresalía del barranco, Tinguaro lo observaba todo, pensativo. Bencomo al verlo se le acercó y le reprochó su actitud pasiva y, según cuentan las crónicas, éste le contestó:“El trabajo de dirigir el combate ya lo hice, ahora que mis hombres hagan el suyo”.
En mitad de la batalla Alonso se dió cuenta que un grupo de guanches bajaban a por él y que representaba un blanco fácil, por ello decidió cambiar su llamativa capa roja por la de un desgraciado soldado llamado Pedro Mayor y así poder huir cobardemente a todo galope pues las capas de los soldados eran azules. Pero en su huída, un tonicazo lanzado por un sigoñé (jefe de un un grupo de guerreros) le rompió la mandíbula saltandole varios dientes.
El dolor que le produjo fue tan grande que se desmayó cayendo del caballo. Cuando abrió los ojos se encontró con la pobre bestia muerta, levantó la vista y vió a Bencomo y muchos guanches rodeandolo. Comprendió que todo había acabado para él. A su lado se encontraba su sobrino Pedro Benítez de Lugo, apodado “El Tuerto” quien se encontraba malherido.
Recobrando fuerzas y sin resignarse a morir sin defender su vida, se puso en pié y desenvainó su espada para clavarsela al Mencey pero una repentina borrasca de agua, viento, truenos y granizo hizo que los supersticiosos isleños abandonasen momentáneamente la lucha.
En contra de este relato Núñez de la Peña escribiría que después de que Alonso de Lugo recobrase el conocimiento Bencomo dió órden de que no lo mataran.
Alonso, aprovechando la situación y ayudado por treinta traidores del menceyato de Goimar (Güimar), aprovechó la tormenta y se subió en uno de los muchos caballos perdidos tras la batalla y, sin detenerse, galopó hasta el taoro de Aguere en dirección al campamento base. En todo momento evitó atravesar Los Rodeos pues sabia que los guanches del Mencey Tacoronte hubiesen caído sobre él.
Otros treinta españoles huyeron por el cauce inferior de un barranco y se refugiaron en una cueva de la montaña, rechazando los ataques de los isleños. Al día siguiente Bencomo, les dio su palabra de que si abandonaban las armas, les dejaría volver a su campamento. Con esta promesa se entregaron con total tranquilidad pues sabian que los guanches eran hombres de palabra. Y efectivamente Bencomo, la cumplió, escoltándolos cien guanches al mando de un Sigoñé.
Se cuenta que al atravesar el campo de batalla se agregó, a la columna de prisioneros, el español Juan Benítez, que se había hecho el muerto y aunque un sigoñé se dio cuenta del truco permitió, con el consentimiento de Bencomo, que se uniera al grupo ya que a éste le pareció simpático el pretendido engaño del soldado.
En el campamento base de Aguere los escasos restos del ejército invasor, apenas unos doscientos según las fuentes escritas, recibirían nuevos ataques de los isleños ahora envalentonados por el éxito de la batalla y al mando del sigoñé Teineto habitante de Anaga.
La Batalla de Farfán ocurrió hace ya más de 500 años y duró tres horas, desde las dos hasta las cinco de la tarde, pero aún así todavía sigue en nuestra memoria el recuerdo de esta sangrienta lucha, en la que mas de 2.000 españoles a caballo y a pié, armados de ballestas, mosquetones y espadas se enfrentaron contra trescientos isleños desnudos que lucharon por su libertad sólo con piedras y palos.
Según crónicas de la época del ejército español compuesto por 1.800 hombres, 300 guanches de Achinech y 370 de Tamarán sólo sobrevivieron muy pocos, en su mayoría canarios.
El conocimiento del terreno y la destreza en esquivar golpes en que nuestros antepasados eran maestros, les ayudaron a su objetivo. Cuando la isla estuvo pacificada, los españoles bautizarían el lugar como la Matanza de Acentejo. Y es curioso este nombre porque hace referencia a la “matanza” que sufrieron las tropas españolas, pero no a la matanza de los propios canarios. Y también es curios que cuando los españoles ganaron en la posterior batalla, la llamasen “La Victoria”. En ningún país del mundo ocurre eso, donde los “mártires” son los invasores y los “malos” son los invadidos. Pero así se escribe la historia.
Este día pasó a los anales de la historia de Canarias, con letras bien grandes. Donde los guanches, simples campesinos y pastores, se alzaron con la victoria.
Lugo y su gente pudieron huir a Gran Canaria el día ocho de junio de aquel año, llevándose algunos guanches de Goimar con el mismo Mencey Añaterve, Mencey que había ayudado en el avance de las tropas, y que previamente habían sido engañados con la excusa de visitar uno de los barcos anclados en las playas de Añazo y en el que fueron trasladados a la isla vecina para posteriormente ser vendidos como esclavos.
Salvador Herrera escribió:
“Que no habían cometido otro delito sino el tremendo error de haber ayudado a los castellanos contra sus hermanos de raza".
Esta conducta de Lugo ya había sido puesta en práctica en Gran Canaria y en La Palma con otros colaboradores como fueron la princesa Gazmira, y en otras circunstancias el mismo Fernando Guanarteme.
Bibliografía consultada: Agustín Millares Torres (Historia General de Las Islas Canarias) y José de Viera y Clavijo (Historia de Canarias)
1 comentario:
Interesante narración.
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